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TÍTULO

TÍTULO

Importancia del título

Al preparar el título de un artículo, su autor hará bien en recordar un hecho importante: ese título será leído por miles de personas. Es posible que solo pocas personas, si es que lo hace alguna, lean el trabajo entero; pero muchas leerán el título, ya sea en la revista original o bien en alguno de los servicios secundarios (resúmenes e índices bibliográficos). Por consiguiente, deben elegirse con gran cuidado todas las palabras del título, y se debe cuidar la forma de asociarlas. Tal vez el error más corriente en los títulos defectuosos y, sin duda, el más perjudicial desde el punto de vista de la comprensión, sea una mala sintaxis (un orden equivocado de las palabras).

¿Qué es un buen título? Yo lo defino como el menor número posible de palabras que describen adecuadamente el contenido de un artículo.

Hay que recordar que los servicios de indización bibliográfica y resúmenes de artículos dependen grandemente de la exactitud del título, como dependen muchos sistemas de recuperación de obras computadorizadas que hoy se utilizan. Un artículo titulado de forma inapropiada puede perderse prácticamente y no llegar nunca al público a que se destina.

Extensión del título

A veces los títulos son demasiado cortos. A la Journal of Bacteriology se presentó un trabajo con el título de “Estudios sobre Brucella”. Evidentemente, ese título no resultaba muy útil para el posible lector. ¿Se trataba de un estudio taxonómico, genético, bioquímico o médico? La verdad es que a uno le gustaría saber eso al menos.

Mucho más a menudo, los títulos son demasiado largos. Irónicamente, estos son con frecuencia menos significativos que los cortos. Hace una generación o cosa así, cuando la ciencia estaba menos especializada, los títulos solían ser largos e inespecíficos como “Sobre una adición al método de investigación microscópica mediante una forma nueva de producir contrastes de color entre un objeto y su entorno o entre partes concretas del objeto mismo” (J. Rheinberg, J. R. Microsc. Soc. 1896:373). Sin duda alguna, pa- rece un mal título; quizá fuera un buen resumen.

Sin lugar a dudas, la mayoría de los títulos claramente largos contienen palabras “superfluas”. A menudo, estas aparecen al comienzo mismo del título, por ejemplo: “Estudios sobre”, “Investigaciones sobre” y “Observaciones acerca de”. Aunque no siempre, los artículos (determinados o indeterminados) pueden ser también palabras “superfluas”. Y, desde luego, no se utilizarán al preparar los índices.

Necesidad de títulos específicos

Analicemos un título como muestra: “Acción de los antibióticos sobre las bacterias”. ¿Es un buen título? Desde el punto de vista de la forma lo es; es corto y no lleva exceso de equipaje (palabras inútiles). Indudablemente, no mejoraría cambiándolo por “Observaciones preliminares sobre el efecto de algunos antibióticos en diversas especies de bacterias”. Sin embargo (y esto me lleva al punto siguiente), la mayoría de los títulos que son demasiado cortos lo son porque contienen términos generales en lugar de términos específicos.

Podemos suponer sin riesgo que el estudio precedido por el título mencionado no examinó el efecto de todos los antibióticos en todas las clases de bacterias. Por consiguiente, ese título, esencialmente, carece de sentido. Si solo se estudiaron uno o varios antibióticos, deben enumerarse en el título. Si solo se ensayó con uno o con varios organismos, estos deben también mencionarse en el título. Si el número de antibióticos o de microorganismos resultaba incómodamente elevado para su enumeración en el título, tal vez hubiera podido utilizarse en cambio un nombre colectivo. Ejemplos de títulos más aceptables son:

“Acción de la estreptomicina sobre Mycobacterium tuberculosis”

“Acción de la estreptomicina, la neomicina y la tetraciclina sobre bacterias grampositivas”

“Acción de los antibióticos poliénicos sobre las bacterias fitopatógenas”

“Acción de diversos antibióticos antifúngicos sobre Candida albicans y Aspergillus fumigatus”

Aunque estos títulos son más aceptables que el de la muestra, no resul- tan especialmente satisfactorios porque siguen siendo demasiado generales. Si pudiera definirse fácilmente la “acción”, su significado resultaría más claro. Por ejemplo, el primero de los títulos mencionados podría formularse como “Inhibición del crecimiento de Mycobacterium tuberculosis por la estreptomicina”.

Hace mucho tiempo, Leeuwenhoek utilizó la palabra “animálculo”, des- criptiva pero no muy específica. En los años treinta, Howard Raistrick publicó una importante serie de artículos con el título de “Estudios sobre las bacterias”. Un documento análogo tendría hoy un título mucho más especí- fico. Si el estudio se refiriese a un microorganismo, el título expresaría el género, la especie y, posiblemente, hasta el número de la cepa. Si se refiriese a una enzima de un microorganismo, el título no sería algo así como “Las enzimas en las bacterias”, sino como “La dihidrofolato reductasa en Bacillus subtilis”.

Importancia de la sintaxis

En los títulos hay que tener especial cuidado con la sintaxis. La mayoría de los errores gramaticales de los títulos se deben al orden defectuoso de las palabras.

A la Journal of Bacteriology se presentó un trabajo con el título “Mecanismo de supresión de la neumonía no transmisible en la rata inducida por el virus de la enfermedad de Newcastle”. A menos que este autor haya conseguido demostrar la generación espontánea, tiene que haber sido la neumonía lo inducido y no la rata. (El título hubiera debido ser: “Mecanismo de supresión de la neumonía no contagiosa inducida en la rata por el virus de la enfermedad de Newscastle”.)

Si el lector no cree ya que los niños son consecuencia de una visita de la cigüeña, he aquí este título (Bacteriol. Proc., p. 102, 1968): “Infecciones múltiples de los recién nacidos como consecuencia de la implantación de Staphylococcus aureus 502A”. (¿Habrá sido un “estafilococo con cola”?)

Otro ejemplo con el que tropecé un día (Clin. Res. 8:134, 1960): “Evaluación preliminar canina y clínica de la estreptovitacina, nuevo agente antitumoral”. Cuando ese perro termine de evaluar la estreptovitacina, tengo algunos trabajos a los que me gustaría que echase una ojeada.

Desde el punto de vista gramatical, recomiendo ser cuidadoso con la utilización de “utilizando”. Creo que este es el gerundio que más confusiones causa en la redacción científica. O bien hay más perros inteligentes, o la palabra “utilizando” está mal empleada en esta frase de un reciente manuscrito:

“Utilizando un broncoscopio fibróptico, los perros se inmunizaron con eritrocitos de carnero”.

El título como etiqueta

El título de un artículo es una etiqueta, no una oración gramatical. Como no es una oración, con el sujeto, verbo y complemento habituales, resulta realmente más sencillo (o, por lo menos, normalmente más corto), pero el orden de las palabras se hace tanto más importante.

En realidad, algunas revistas permiten que el título sea una oración com- pleta. He aquí un ejemplo: “El oct-3 es un factor materno necesario para la primera división embriónica del ratón” (Cell 64:1103, 1991). Supongo que es materia opinable, pero yo me opondría a un título así por dos razones. En primer lugar, la forma verbal “es” es una palabra superflua, pues podría suprimirse, sustituyéndola por una coma, sin afectar a la comprensión. En se- gundo lugar, la inclusión de ese “es” da por resultado un título que suena a afirmación tajante. Tiene una aureola dogmática, ya que no estamos acos- tumbrados a que los autores indiquen sus conclusiones en tiempo presente, por razones que se explican ampliamente en el capítulo 32. Rosner (1990) dio el nombre de “título afirmativo” (assertive sentence title: AST) a esa cla- se de títulos y una serie de razones para no utilizarlos. En particular — dice— resultan “inadecuados e imprudentes” porque “en algunos casos, expresan con audacia una conclusión que luego se recoge con menos seguridad en el resumen o en otra parte”, y porque “trivializan un informe científico al reducirlo a una observación lacónica”.

Abreviaturas y jerga

Los títulos no deben contener casi nunca abreviaturas, fórmulas químicas, nombres patentados (en lugar de genéricos), jerga, etc. Al redactar el título, el autor debe preguntarse: “¿Cómo buscaría yo esta información en un índice?”. Si el artículo se refiere a un efecto del ácido clorhídrico, ¿deberá contener el título las palabras “ácido clorhídrico” o la fórmula “HCl”, mucho más corta y fácilmente reconocible? Creo que la respuesta es evidente: la mayoría de nosotros buscaríamos en el índice “clo” y no “hcl”. Además, si unos autores utilizaran (y lo permitieran los directores de las revistas) HCl y otros ácido clorhídrico, el usuario de los servicios bibliográficos qui- zá localizase solo una parte de los trabajos publicados, sin darse cuenta de que había más abajo otra entrada abreviada. En realidad, los grandes servicios secundarios tienen programas informáticos capaces de agrupar entradas como ácido desoxirribonucleico, ADN y DNA (deoxyribonucleic acid). Sin embargo, para los autores (y directores) es mucho mejor evitar las abreviaturas en los títulos. Y la misma regla se aplica a los nombres patentados, la jerga y la terminología insólita o anticuada.

Títulos en serie

La mayoría de los directores con quienes he hablado son enemigos de la combinación título principal-subtítulo y de los títulos partidos. La combinación título principal-subtítulo (títulos en serie) era muy corriente hace unos años. (Por ejemplo: “Estudios sobre las bacterias. IV. Pared celular deStaphylococcus aureus”.) Hoy, muchos directores creen que es importante, especialmente para el lector, que cada artículo publicado “presente los resultados de un estudio independiente y coherente; no se admiten los artículos en series numeradas” (“Instrucciones a los autores”, Journal of Bacteriology). Los trabajos en serie se relacionaban demasiado entre sí, y cada comunicación presentaba unos cuantos fragmentos; por ello, el lector tropezaba con grandes inconvenientes si no podía leer de forma consecutiva la serie entera.

AUTORES

El orden de los nombres

“Cuando hay coautores, los problemas de autoría pueden ir de lo trivial a lo catastrófico” (O’Connor, 1991). La parte más fácil de la preparación de un artículo científico es incluir simplemente los nombres de los autores y sus direcciones. Bueno, a veces.

Todavía no sé de ningún duelo motivado por un desacuerdo en el orden de enumeración de los autores, pero conozco casos en que colegas por lo demás razonables y racionales se convirtieron en enemigos acérrimos únicamente por no poder ponerse de acuerdo sobre los nombres que había que incluir y su orden.

¿Cuál es el orden correcto? Por desgracia, no hay normas convenidas ni convenciones de aceptación general. Algunas revistas (principalmente británicas, creo) exigen que los nombres de los autores se ordenen alfabéticamente. En el ámbito de las matemáticas, esta práctica parece ser universal. Ese sistema, sencillo y neutro, tiene mucho a su favor, pero todavía no se ha hecho habitual, especialmente en los Estados Unidos.

Definición de autoría

Tal vez podamos definir ahora la autoría diciendo que la lista de autores debe incluir a aquellos, y solo a aquellos, que contribuyeron realmente a la concepción general y la ejecución de los experimentos. Además, los auto- res deben enumerarse normalmente por orden de importancia en relación con los experimentos, reconociendo al primero como autor principal, al se- gundo como principal asociado, y al tercero posiblemente como al segundo pero, más frecuentemente, con una participación menor en el trabajo comu- nicado. Los colegas o supervisores no deben pedir ni permitir que sus nom- bres se incluyan en manuscritos sobre investigaciones en las que no hayan participado estrechamente. El autor de un artículo debe definirse como aquel que asume la responsabilidad intelectual de los resultados de la inves- tigación sobre la que se informa. Sin embargo, esta definición debe matizar- se teniendo en cuenta que la ciencia moderna es, en muchos campos, cola- boradora y multidisciplinaria. Sería poco realista suponer que todos los autores pueden defender todos los aspectos de un artículo escrito por cola- boradores procedentes de diversas disciplinas. Aun así, debe considerarse a cada autor plenamente responsable de la elección de sus colegas.

Determinación del orden: un ejemplo

Tal vez el siguiente ejemplo ayude a aclarar el grado de participación conceptual o técnica que debe definir la autoría.

Supongamos que el científico A proyecta una serie de experimentos que podrían traducirse en nuevos conocimientos importantes, y que luego dice al técnico B cómo hacer esos experimentos. Si los experimentos tienen éxito y ello da origen a un artículo original, el científico A será el único autor, aunque el técnico B haya realizado todo el trabajo. (Naturalmente, la ayuda del técnico B deberá reconocerse en la sección de Agradecimiento.)

Supongamos ahora que esos experimentos no tienen éxito. El técnico B lleva los resultados negativos al científico A y dice algo así como: “Creo que podríamos conseguir que esa condenada cepa se multiplicara si cambiáramos la temperatura de incubación de 24 a 37 °C y añadiéramos albúmina de suero al medio”. El científico A accede a intentarlo, el experimento da el resultado previsto y se redacta un artículo. En este caso, el científico A y el técnico B, por ese orden, deberán incluirse como autores.

Avancemos un paso más en este ejemplo. Supongamos que los experi- mentos a 37 °C y con albúmina de suero tienen éxito, pero que el científi- co A se da cuenta entonces de que hay un cabo suelto evidente: el creci- miento en esas condiciones indica que el microorganismo estudiado es patógeno, mientras que las publicaciones anteriores habían señalado que no lo era. El científico A pide ahora a su colega el científico C, microbiólogo experto en agentes patógenos, que evalúe la patogenicidad del microbio. El científico C hace un rápido ensayo, inyectando la sustancia experimental en ratones de laboratorio por el procedimiento normal que utilizaría cualquier microbiólogo médico, y confirma la patogenicidad. Entonces se añaden unas cuantas frases importantes al texto, y el trabajo se publica. El científico A y el técnico B aparecen como autores; la ayuda del científico C se reconoce en el Agradecimiento.

Forma adecuada y uniforme

Por lo que se refiere a los nombres de los autores, la forma preferida de designación es normalmente nombre de pila y apellidos. Si un autor utiliza solo iniciales, lo que ha sido una lamentable tendencia en la ciencia, la bibliografía científica puede resultar confusa. Si hay dos individuos llamados Jonathan B. Jones, los servicios bibliográficos podrán distinguirlos (basándose en las direcciones). Pero si son docenas los que publican con el nombre de J. B. Jones (especialmente si, a veces, algunos utilizan el de Jonathan B. Jones), los servicios de información bibliográfica tendrán una tarea desesperada al tratar de mantener las cosas como es debido. Muchos científicos resisten la tentación de cambiar de nombre (por matrimonio, razones religiosas o por decisión judicial), sabiendo que, si lo hacen, su obra publicada quedará dividida.

En lugar de utilizar un nombre de pila, la inicial del segundo y un ape- llido, ¿no sería mejor escribir el segundo nombre entero? No. Una vez más, debemos comprender que la recuperación de obras científicas es un proce- so computadorizado (y que las computadoras pueden confundirse fácilmen- te). Un autor que tenga nombres de pila corrientes (por ejemplo Robert Jo- nes) puede tener la tentación de escribir su segundo nombre entero, pensando que Robert Smith Jones es más característico que Robert S. Jo- nes. Sin embargo, el doble nombre resultante es un problema. ¿Debe reco- ger el índice computadorizado a ese autor como “Jones” o como “Smith Jo- nes”? Como los nombres dobles, con guión o sin él, son corrientes, especialmente en Inglaterra y América Latina, el problema no resulta fácil para las computadoras (ni para sus programadores).

Además, muchos catálogos y sistemas computarizados de localización de obras en las bibliotecas se basan en el principio del truncamiento. No hace falta teclear un título largo, ni siquiera un nombre completo; se ahorra tiempo abreviando (truncando) la entrada. Sin embargo, si se escribe, por ejemplo, “Day, RA”, aparecerán en la pantalla todos los Rachel Days, Ralph Days, Raymond Days, etc., pero no Robert A. Day. Por ello, la utili- zación de iniciales en lugar de nombres de pila puede causar problemas.

Enumeración de las direcciones

Las normas para enumerar las direcciones son sencillas pero no suelen respetarse. Como consecuencia, no siempre es posible relacionar cada autor con su dirección. La mayoría de las veces, sin embargo, es el estilo de la revista el que crea la confusión y no los pecados de comisión u omisión del autor.

Para cada autor se indica una dirección (el nombre y dirección del laboratorio en que se hizo el trabajo). Si antes de la publicación el autor cambia de dirección, deberá indicarse la nueva en una nota que diga “Dirección actual”.

Cuando haya dos o más autores, cada uno de una institución diferente, las direcciones deberán enumerarse en el mismo orden que estos.

El problema principal se plantea cuando un artículo es publicado por, di- gamos, tres autores de dos instituciones. En esos casos, se deberá incluir una llamada apropiada, tal como una a, b, o c voladita, después del nombre del autor y antes (o después) de la dirección correspondiente.

Esta convención es útil a menudo para los lectores que quieran saber si R. Jones está en Yale o en Harvard. La identificación clara de autores y direcciones es también de importancia fundamental para varios de los servicios secundarios. Para que estos funcionen debidamente, tienen que saber si un trabajo publicado es obra del J. Jones de la Universidad Estatal de Iowa, del de la Universidad Cornell o del de la Universidad de Cambridge, Inglaterra. Solo si se puede identificar debidamente a los autores pueden agruparse sus publicaciones en los índices de citas.

Finalidades

Hay que recordar que una dirección tiene dos finalidades. Sirve para identificar al autor, y también proporciona (o debería proporcionar) su dirección postal. Esta es necesaria por muchas razones, de las que la más corriente es indicar a dónde dirigirse para obtener separatas. Aunque por lo general no es necesario indicar las direcciones de las calles en el caso de la mayoría de las instituciones, hoy debería ser obligatorio dar el código postal.

Algunas revistas se valen de asteriscos, notas de pie de página o el Agradecimiento para indicar “la persona a la que deben dirigirse las comunicaciones relativas al presente trabajo”. Los autores deben conocer las normas de la revista al respecto, y decidir previamente quién adquirirá y distribuirá las separatas para anotar su dirección (ya que normalmente son las institu- ciones y no las personas individuales las que adquieren las separatas).

A menos que un científico quiera publicar anónimamente (o lo más anónimamente posible), debe considerarse obligatorio incluir su nombre y dirección completos.

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